Matilda's World

Breve autobiografía del nacimiento de una nueva realidad.

Mi proceso de “educación” en la etapa escolar no se caracterizó por el acoplamiento al sistema educativo tradicional; lo encontré abstracto, inerte, y poco motivador, el interés por la literatura científica y fantástica fue lo que me salvó del analfabetismo total. Tiempo más tarde, pero ahora sí lleno de entusiasmo, inicié mi experiencia de educación superior en la Universidad Javeriana estudiando Ecología, deseoso de sumergirme en la aventura de los infinitos laberintos fenomenológicos que ofrece la idea de estudiar las complejas e intrincadas relaciones entre los seres vivos. Durante el primer semestre, mi energía desbordaba al abrir las puertas a tan exquisitas fuentes de conocimiento; que en la década de los 90 estaban reservadas exclusivamente para buscadores y curiosos que tenían que hacer mucho más que preguntar despreocupadamente a una IA. Sentía que mi comprensión de las múltiples dinámicas entre los seres que tanto me apasionaban serian motivo suficiente para llevar a cabo una existencia plena y llena de significado.

Pero el asombro de cada descubrimiento tan solo fue el trasfondo de la profunda decepción y crisis que se venían cocinando en mi interior, y cuyo primer síntoma no tardaría en manifestarse al declararme supuesta y abiertamente “ateo y feliz”, justo antes de culminar mi primer semestre. Mi sensación era que al liberarme de especulaciones creacionistas liberaría también espacio en mi memoria para suplirla por información más contrastable, plausible y replicable, otorgándome el poderío y seguridad que un dios menor, contradictorio y distante ya no me otorgaba. El resultado; una crisis existencial que me llevo a abandonar la carrera prematuramente, y a adolecer un poco más de lo necesario algunas circunstancias normales del existir. Recuerdo desertar renegando: “ingresé por amor a la vida y siento que en el proceso desvirtué el mismísimo amor reduciéndolo a reacciones neuroquímicas”.

 Corrí entonces a buscar significado en otras áreas académicas relacionadas con las artes y los audiovisuales, deseoso de expresar y difundir esa admiración por la vida que el cientifismo me había aminorado. Pensé que me salía de un polo académico para incorporarme en su opuesto, y felizmente llevé a cabo gran parte de mi vida laboral en múltiples ambientes artísticos, pero siempre con la ilusión de incorporar la coherencia científica a mi exuberante mundo simbólico e imaginario; para imprimirle “realidad”. Además, terminé evidenciando que ambos polos de exploración perceptual (ciencia y arte), pueden llegar a carecer de esta profundidad que mi psique añoraba vivenciar; pues algunos inconformes necesitamos un acercamiento trascendental a la realidad, más que otros.

El primer atisbo de mi recuperación de la fe en la vida no materialista o “espiritual” se dio tiempo después tras la lectura de “El Tao de la Física” de Fritof Capra. Con lenguaje esencialmente científico pero comprensible, Capra tomó el riesgo (no poco notable en aquella época), de hacer paralelos entre complejas teorías científicas y la concepción de la “realidad” de las tradiciones espirituales orientales. Esto despertó en mí el nacimiento de un interés desconocido por la literatura de línea “espiritual” divulgada por personalidades históricas y/o contemporáneas como Lao Tse, Ramana Maharshi, y Jiddu Krishnamurti entre otros, descubriendo con asombro que incluso desde la más férrea rigurosidad científica y filosófica modernas, sus postulados son muchísimo más que descabelladas fantasías primitivas de culturas lejanas. Descubrí también con asombro cómo el misticismo cristiano y musulmán estaban tan estrechamente emparentados con los conceptos de los exponentes anteriormente mencionados, solo que; a diferencia de los “no dualistas” participan del mundo, lo disfrutan o lo sufren e incluso se esfuerzan en modificar la realidad fenomenológica (milagros), pero teniendo siempre como sustento el otro reino; “el reino de los cielos”.  Ideas expuestas por Rumi, obviamente el mismísimo Jesús o Anthony de Mello, entre otros, son un buen ejemplo de ello cuando se perciben libremente sin el yugo dogmático de las estructuras político-religiosas dominantes.  No puedo pasar por alto el inmenso aporte de culturas ancestrales como la de los aborígenes australianos, que siendo la cultura viva más antigua de la tierra,  junto con los bosquimanos, con sus impresionantes 100.000 años ininterrumpidos de existencia; nos cuentan de manera asombrosamente simple mediante su “Mito del Tiempo de Sueño”, cómo el “Espíritu de toda Vida” (conciencia en términos científicos),  se experimenta a si mismo mediante su soñar a través de nosotros, en una narración que curiosamente se da mediante un orden de eventos que se asemeja mucho al concepto de evolución del universo y los seres vivos que conocemos hoy desde la astronomía o la biología, y que cuyos matices con su descripción de lo que ellos llaman “el soñar” de otras criaturas, no deja de sorprender al evidenciar como intuían que la capacidad perceptual de los animales era simplemente otra forma de interpretar la realidad de su entorno, con una base vital común a toda forma de vida, incluida la humana.

Fue entonces cuando la fuerza de la vida recobró de nuevo su pleno sentido en mí, y comprendí el significado de la famosa frase de Luis Pasteur; “Un poco de ciencia te aleja de Dios, pero mucha ciencia te acerca a Él.”

Ok, ya lo estoy vivenciando, pero; ¿y ahora qué? Simple; la actividad básica de todo ser vivo es transmitir información, más aún cuando se tiene el regalo de la metaconciencia, y se es testigo de cómo obsoletos modelos materialistas nos tienen sumidos en una “realidad” que causa enfermedad y dolor a todo ser vivo. Pero ¿cómo conceptualizar esta amalgama de ideas en una sola que sea lo suficientemente coherente como para no tener que mencionar azarosamente un sinfín de personajes para su justificación y difusión? Y ¿qué prueba directa podría tener yo a la mano de la existencia de lo milagroso, lo mágico, o lo místico para aquellos que en su azaroso devenir diario extraviaron la sensibilidad necesaria para percibirlo de modo simple, directo, o intuitivo de esta magnífica y sagrada realidad? Y de lograrlo; bajo que acción debería presenciarse sin tener que cargar en mi mochila a un científico y su laboratorio de física, que realice en vivo y en directo el experimento del colapso de la honda en partícula, para justificar que lo “físico” requiere la percepción de algo vivo y/o consciente para manifestarse?

La respuesta llegaría con el Idealismo Analítico y la Visión Intuitiva.

Pese a la gran influencia que tuvo en mí la teoría del biocentrismo expuesta por Robert Lanza, evidenciando que la vida no requiere justificación, es decir; que el hecho mismo es su propio fin, o en palabras de Krishnamurti, que “el significado de la vida es vivir” (revelación que me llevó a un modo minimalista y ligero de percibir mi existencia al mejor estilo de un Manu Chao), de todos modos, sentía que algo faltaba. Pues la teoría biocentrica y sus maravillosos siete principios (que recomiendo leer a todos), no alcanzaba a integrar tan claramente en la ecuación la variante de “La Conciencia Única”, descrita por los maestros de la “no dualidad” de todos los tiempos que tanto me habían aportado.

Fue entonces cuando Bernardo Kastrup, con su desbordado intelecto y su aguda capacidad de poner en palabras coherentes complejos postulados científicos y filosóficos, dio concordancia a décadas de conceptos aparentemente desarticulados por medio de su “Idealismo Analítico” del cual se encuentran abundantes libros, artículos, y/o videos en la red. Su perspectiva filosófica redondeó todo en mi mente disociada, y es evidente que como paradigma no choca con ningún credo o ideología; es simplemente un modo de conceptualizar la realidad, asombrosamente simple. Aunque si se desea hilar fino para la justificación de sus postulados, se puede ingresar en un complejo laberinto de ideas, conceptos, y hechos científicos de la mano de Kastrup. (Suerte con eso).

Y por último, la cereza del pastel: el descubrimiento de que la visión intuitiva es una realidad, corroborada directamente de la manera más bella que la vida me haya podido ofrecer; a través de mi hija, que en aquel entonces tenía nueve años. Vivenciar el hecho de que la conciencia es primaria y lo físico es un subproducto de ésta, al punto que se puede acceder a la información “exterior” sin la intermediación de otros órganos como el de los ojos en este caso, o dicho de otro modo; que la percepción sensorial ordinaria es tan solo una “traducción limitada” de este campo mental, me otorgó la herramienta de plausibilidad que necesitaba para exponer  este hecho de modo directo, vital, y personal, sin necesariamente tener que enreverarme en complejas charlas existenciales, que tristemente en el apuro de la era digital casi nadie quiere escuchar por fuera de una pantalla. El hecho está ahí, y es verificable para cualquiera.

Nace un nuevo paradigma, y estamos felices de poner un grano de arena a su construcción. Un paradigma en el que toda forma de vida es sagrada, pues es manifestación viva y directa de la Fuente de todo lo que Es. Un paradigma en el que espiritualidad, filosofía, arte y ciencia, no se disputan el trofeo de la versión más acertada de la realidad, sino que la complementan. Un paradigma en el que los niños e inocentes son nuestros guías, pues su amor espontaneo y liviandad de conceptos limitantes, les permite liberar con relativa facilidad la capacidad de ver lo esencial, señalando así que es posible ver-crear una “realidad” más amplia, menos temerosa y acaparadora. Una realidad más feliz para todos.